Medea.

Se despertó como cualquier otra mañana. Un poco más de sabor agrio en la boca, la lengua algo pastosa y un ojo más débil. Quiso quedarse en la cama, cubrirse la cara a esperar la nueva noche. Pero la gata ya estaba desesperada por comer, jugar, tener su arenero limpio. Salió del cuarto, por un momento le pareció que no era su casa, entraba demasiada luz. Al abrir la puerta del baño tuvo la impresión de que su mano no era su mano, se veía más reseca, verdosa, las uñas pálidas. Orinó. Cepilló sus dientes. Y otra nueva ola de extrañeza le recorrió el cuerpo al ver en el espejo una imagen diferente a la que ella creía que era. Los ojos demasiado hinchados, el cabello reflejaba colores pálidos, las puntas con un maltrato evidente, pero algo llamó más su atención: la oreja izquierda era muchísimo más pequeña que la derecha. Se acercó hasta topar la nariz en el espejo para comprobar lo que estaba viendo. Estaba segura de esa diferencia casi cómica de sus orejas, se p...