Amante


Toda una vida a tu lado. Eres mi compañía, la más íntima. Me cuesta desnudarme y hablar de ti, no es fácil describir nuestro vínculo. Hasta en mis momentos de absoluta soledad te encuentras. Me estremece tu aroma sonoro, tu paisaje que me envuelve en placer y aísla del mundo banal. Pocas personas saben de mi amor por ti, pues eres invisible. Cualquiera podría tacharme de loca y tendría razón. No puedo tocarte, pero escucho tu profundidad, entras a mi hondura y juntas florecemos. Eres fantasma permanente, te apareces en mi cama, en la cocina, en el auto, en la regadera y te quedas. Tú sí que me tocas. Con tu onírica anatomía, con tus manos de humo, la vida vale la pena a pesar de los desahucios. 

En mi adolescencia, me construí para tejer tus hilos sensibles, cantar nuestros sueños. Gocé de tocarte, moldearte, penetrarte, llenarnos de la otra. Transcurría una época difícil, mi familia, controladora, desconfiaba de ti y yo desconfié de mí. Quise ser como tú, apropiarme de tu cuerpo. Ese fue mi error, debí quitarme la carga de las inseguridades y el control; pero era muy joven, creía que no era buena para nada, que me quedabas grande. Todo me indicaba la necesidad de separarnos. Desbordada de estrés, depresión y síndrome de la impostora, te dejé. Fue de un día para el otro. Me sentí liberada al instante, sin embargo, tuve pesadillas por tu ausencia durante más de diez años. Eres la única que realmente me ha roto el corazón. No te fuiste del todo, puedo ver cómo mis fluidos salpican tu lengua. 

Recuerdo mi habitación de juventud, era oscura con una ventana al fondo. Me sentaba en mi cama y tú te ponías entre mis piernas, yo me perdía en tu luz. Me gustaba sentirte vibrar de gozo en mi caja torácica. Juntas éramos dos suspiros tejiendo la gloria. Embonábamos a la perfección. Con un clic, nuestras vulvas encajaban para darse un largo beso húmedo, carnoso y acompasado. Abrazaba tu delicadeza, presionando con acierto fibras internas, logrando vaciar nuestro flujo melódico hasta el final. Bien dicen: amar es un arte. 

Íbamos juntas a todas partes. Nos gustaba encontrar escondrijos en la ciudad para tocarnos. Otras veces no nos importaba que nos vieran y, ya sea en una plaza, jardín o parque, inventábamos una habitación para hacer lo nuestro. He perdido mucho de mi sensualidad ahora. Escribo. Trato de recrearte en palabras, hacer un esbozo de ti, plasmar la pasión que un día tuve. Te olfateo y me dictas las metáforas de mi poesía, la locura de mis historias. Nuestra práctica erótica es distinta, por supuesto. Nos amamos a nuestra manera, bailamos juntas en distintas dimensiones. 

Sé que, paciente, esperas para desbordar de nuevo mi lluvia sobre ti. Podría pararme de esta silla donde escribo e ir a sentarme en la silla del piano para invocarte. Probablemente, si aprendiera a gestionar el miedo y la frustración, sería posible tocarte otra vez. Sin embargo, hoy más que nunca soy inservible. Hace muchos años dejé de tener cuerpo y sesos para ti. He olvidado la fórmula del embrujo que te haría aparecer en carne y hueso. Pero, quién sabe, la vida es eterna. Una tarde, tal vez, con los años pesados y las canas relucientes, dé la vuelta en una esquina de las tantas aceras donde caminamos juntas y me tope contigo, completa, espléndida, sonriéndome, con boca y pelvis, por nuestro encuentro, y nos tomaremos de la mano, tarareando, para acompañarnos en la muerte. 

-Yuri Bautista

'The Keynote', William Arthur Chase, 1915

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