ADOLESCENCIA, la serie desde los ojos de una psicoanalista y mamá
El texto contiene SPOILERS
No tenía idea qué iba a ver. El comando de policía llegando a la casa a muy temprana hora me hizo creer que iban a arrestar al Chapo. Ver la carita pecosa de un niño de trece a punto de ser arrestado no ayudó mucho, tampoco que mojara sus pantalones por miedo. Pero la serie no es policíaca, la culpabilidad del niño se revela brutalmente desde el capítulo uno, y una, con una niña de trece durmiendo desde hace un rato sobre sus piernas, siente el corazón encogido y la urgencia de ver hasta el final.
Esto no tiene intención de ir en orden, ni tampoco de ponerme en plan experta o sermoneadora, solo va de lo que me hizo pensar y sentir.
El capítulo tres, el de la cita con la psicóloga me sacudió particularmente. Agradecí mucho que como psicoanalista todos los analizantes llegan por su propia voluntad, que no estoy sujeta a un tiempo tan corto para trabajar con alguien, y no tengo la presión de “sacarle a nadie la verdad”. (En fin, agradecí que el psicoanálisis no esté pensado para eso). Desde el minuto uno toda mi empatía estaba con esa mujer que busca la manera de hacer bien su trabajo. En redes he visto muchos comentarios diciendo que el niño “se comió” a la psicóloga, que no supo mantenerse en su papel, que la rebasó. Sin embargo yo la veo buscando el mejor camino para cumplir su cometido, que según entiendo es saber sí Jaime Miller es capaz de entender lo que hizo y el castigo que va a recibir. Pero sobre todo, yo la veo intentando establecer una relación transferencial con el niño que tiene delante. El momento en que la vemos “espantarse” fue muy fuerte para mí. No creo que realmente haya sentido miedo. Ella es un adulto, es más alta y seguramente más fuerte que él, él es un niño desarmado, y hay alguien afuera de la puerta que entrará de inmediato si él la ataca. Pienso que lo que sintió realmente fue horror.
Creo que uno de los grandes aciertos de esta serie es reflejar claramente lo fallido que ha resultado el entramado social para los adolescentes, y no solo para los adolescentes. La escuela ha dejado de ser un espacio de libertad, comunidad y crecimiento para convertirse en un lugar espantoso, hostil, dañino. Maestros sin autoridad, alumnos sin autocontrol, padres que no tienen idea de lo que viven, hacen, consumen y piensan sus hijos. La secundaria parece una jungla, un lugar donde no se puede crecer sin un daño posiblemente fatal, o al menos perdurable.
¿Qué ha fallado? ¿En qué tanto hemos fallado? ¿En cuántos frentes hemos perdido la batalla? El último capítulo es brutal. “¿Algo de culpa hemos de tener, no? Nosotros lo criamos”, dice la mamá de Jaime bañada en lágrimas. ¿Qué hicimos mal? se pregunta su padre, Mi padre me golpeaba y maltrataba y yo juré no ser así con él. Yo no salí tan mal, y él mató a una niña, ¿era mejor como lo hacían antes? Nada en la familia se ve extraordinariamente mal. Es decir, no son una familia perfecta, pero sí son una familia amorosa. Se nota. Se procuran, se quieren, se sostienen el uno al otro. La hermana de Jaime es una muchacha dulce y amorosa. ¿Cómo un miembro, el más pequeño, de esa familia terminó matando a alguien? Sí, están las redes sociales con toda su violencia, y también toda esa basura misógina de moda que consumen los hombres jóvenes, el bullying en la escuela es terrible, y para un adolescente es muy difícil tramitar el rechazo, pero eso no forma forzosamente a un asesino. Me pareció interesante ver este entorno, porque siempre pensamos que alguien solo haría algo tan horrible si viene de un entorno igual de horrible. Parece que no queremos aceptar que hay maldad en nosotros y mucho menos en un niño y, parafraseando al Guason, para caer en ella solo hace falta un empujoncito. Como mamá, con una niña de trece años a quién tuvimos que sacar de la escuela para que pudiera crecer más feliz, “me tronó”. Creo que una parte de la respuesta sí es la educación diferente que se le da a hombres y mujeres dentro de la casa. Se cría a las mujeres para ocuparse de los otros e involucrarse en el cuidado de las demás personas del hogar, pienso, -tal vez me equivoco- que si los Jaimes de este mundo fueran criados como se educa a las mujeres, se verían menos el ombligo, y la empatía podría hacerles más concientes de los otros y las otras como sujetos, y no solo como objetos que les deben simpatía, amor o sexo. Es estremecedor pensar que el niño de trece, a quién tú criaste, planeó matar a un niña a cuchilladas, consiguió el arma, organizó todo fríamente para quitarle la vida y que después se jacta de no haberla violado. Que ese niño sea tu niño, a quién has arropado, abrazado y amado -y que a pesar de todo seguirás amando hasta el final de tu vida-. Que manera de romper tu reflejo narcisista. Si un hijo es tu mini yo, la manera más elocuente de trascender, quién da testimonio de lo mejor de ti, ¿cómo habla eso de ti? Qué devastador.
Todo en esta serie es doloroso. Pero quisiera terminar esto con una viñeta del capítulo dos. Jade, la mejor amiga de Katie, la niña asesinada, se muestra profundamente hostil en el interrogatorio que le realiza la policía. Después se ve partiéndole la cara al mejor amigo de Jaime. Es perturbador y descolocante ver tanta violencia en ebullición. Pero la última escena en la que aparece, el momento en que terminan las clases y por fin está fuera de la sofocante secundaria, en lugar de irse decididamente se queda afuera sola, aturdida y totalmente desubicada. No sabe a dónde ir porque no tiene a dónde ir. A esa edad, en ciertas circunstancias sociales, una amiga es todo el hogar que muchas niñas tienen. La ira incontrolable que expresa, es solamente la muestra de que le han arrebatado todo lo que tenía de amable su mundo. Todo en ella supura desolación. Como madre y como analista deseo ser y tener un lugar amable y seguro en este mundo, para mi niña, para las niñas.
(Y como analista para cualquiera, de cualquier edad, a quién las cosas “ya no le anden”).


Comentarios
Publicar un comentario