¿DE QUÉ ESCRIBEN LAS MUJERES 2. ¿DE QUÉ MUJERES HABLAMOS EN ESTE ENSAYO?

 “Clitemnestra, Antígona, Cleopatra, Lady Macbeth, Fedra, Gessida, Rosalinda, Desdémona, la duquesa de Malfi entre los dramaturgos; luego, entre los prosistas, Millamant, Clarisa, Becky Sharp, Ana Karenina, Emma Bovary, Madame de Guermantes. Los nombres acuden en tropel a mi mente y no evocan mujeres que «carecían de personalidad o carácter». En realidad, si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como una persona importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero ésta es la mujer de la literatura. En la realidad, como señala el profesor Trevelyan, la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación.” Virginia Woolf 



Tengo años queriendo escribir sobre esto. Siempre da miedo tomar un tema tan enorme y con tantas aristas. Últimamente alguien me preguntó cuál sería la diferencia entre la literatura escrita por un hombre y por una mujer. Es una buena pregunta aunque suena bastante difícil de abordar. ¿La literatura tiene sexo? ¿El arte tiene sexo? Una, que ha sido formada en una escuela de arte quisiera pensar que no, que el arte en general y la literatura en particular son “universales”. Pienso en Kant en el juicio estético categórico, lo bello es bello aquí y en China, y hombres y mujeres deberán ser atravesados y conmovidos por igual al encontrarse con él. ¿Es cierto esto? Por otro lado la pregunta no fue si la literatura tenía sexo sino cual es la diferencia entre la literatura escrita por un hombre o por una mujer, la diferencia entonces no estaría en la creación sino quien lo crea. ¿Escriben diferente los hombres de las mujeres? ¿Tienen diferentes motivaciones y distintos temas? ¿Pensamos distinto las escritoras mujeres a los escritores varones? ¿Tenemos técnicas distintas? ¿Tenemos diferente código de lenguaje? 


Como varias colegas yo también fui sorprendida y avasallada por el descubrimiento de la literatura femenina. Casi todo lo que había leído, hasta más o menos diez años atrás, había sido escrito por hombres. Mis ídolos literarios, mis gurús a seguir, eran escritores hombres, yo me imaginaba escribiendo en las mismas posturas y con la misma actitud que ellos. Sí había leído algunas cosas de Sor Juana, de Rosario Castellanos, algunos poemas de Gabriela Mistral, y me aventuré una vez con George Sand, pero nada de ello, y ahora pensándolo con más claridad quizá por prejuicio, me impresionó tanto como lo escrito por los enormes hombres escritores. Entonces leí a Lucia Berlin. 


Ella fue mi parteaguas. No solo porque me conmovió su escritura sino porque me obsesionó que el título de su libro -el único que en ese entonces había sido traducido al español- fuera tan poco probable y distinto a todos los libros que antes había leído “Manual para mujeres de la limpieza”. ¿A quién le importa lo que tenga que decir una mujer de la limpieza? Era obvio antes de leer el libro que no iba a encontrar a un hombre peleando con una ballena, ni a un argentino intentando tomar el mundo europeo como su mundo, que esto no iba ir de la sucesión infinita de hombres con el mismo nombre y con un poderoso miembro viril y maldecidos generación tras generación. Pero entonces la intriga fue enorme ¿de qué va tratar este libro? En ese momento yo ya había abandonado completamente el deseo de escribir música, todavía escribía de repente pequeños cuentos o empezaba historias que rara vez lograba concretar. La vida doméstica parecía haber domesticado todos mis antiguos sueños de ser escritora, si algo podía decir que efectivamente me identificaba en ese momento de mi vida era ser “una mujer de la limpieza”. 


Un poco antes había leído a Alice Munro, después de que ganó el nobel compré un par de sus libros, me gustaron, pero una vez más me parecía una mujer anomalía, alguien que muy por encima de mi contexto y capacidad había logrado algo extraordinario y mucho más extraordinario tratándose de una mujer. Casi al mismo tiempo en que me embebía leyendo ese maravilloso libro de Lucia Berlin encontré una entrevista a Alice Munro, en esta entrevista ella decía que usaba el tiempo de la siesta de sus hijas para poder escribir, que quizá por esa razón escribía cuentos, porque ese poco tiempo disponible solo le alcanzaba para relatos breves, también dijo que escribía muchas veces en el cuarto de lavado. Estas palabras, así como la serie de historias bien enmarcadas en la cotidianidad que leí en el libro de Berlin, me infundieron una enorme fe en mis propias letras. Yo también tenía una hija pequeña en ese momento, yo tampoco tenía mucho tiempo para escribir y  muchas de mis historias las escribía a ratitos en la cocina, en el comedor o en donde pudiera, yo también tenía mucho que contar de mi cotidianidad. Ni Lucia Berlin, ni Alice Munro fueron mujeres “extraordinarias”, solo fueron mujeres, como yo, como miles de mujeres en el mundo, con hijos, maridos, carencias, quehacer doméstico, problemas mentales, vicios y circunstancias desfavorables. Leerlas me hizo soñar con nombrarme como ahora lo hago: escritora.


Una escritora, al menos en este tiempo, no se parece en nada a las mujeres escritas en las grandes obras literarias de los hombres. De hecho rara vez se parecen a una mujer que yo haya conocido, porque nunca en mi vida he tratado o escuchado de una mujer tan unívoca, tan plana, tan apasionadamente estúpida, tan santamente irracional y abnegada, ni de una maldad sin aristas. Nunca. -Mientras Oliveira pasea masticando grandes preguntas existenciales, políticas, éticas, incluso estéticas, la Maga ve que su amado Rocamadeur se está muriendo y no lo lleva al doctor, lo deja morir mientras escucha jazz y toma con sus amigos. Nunca he visto algo así, jamás. Sé de madres malvadas que dejan morir a sus hijos o los matan, no de una tan estúpida que amándolo no haga todo lo posible por evitarle morir, por ejemplo-. Si quiero hablar de mujeres que escriben, y de las mujeres que las mujeres escriben, es porque no me interesan otras. Cuando leía a los grandes escritores no podía o no quería darme cuenta de lo poco interesantes que eran sus mujeres, incluso sus heroínas, sobre todo porque su humanidad ronda en torno a ellos, sus acciones, pensamientos y conflictos sólo son el fondo perfecto para que el héroe o villano pueda destacar. Pienso en Antígona, ¿quién podría no enamorarse de Antígona? y con ella pienso en todas las mujeres escritas y encuadernadas para ser el sacrificio perfecto a la honra del padre. Sí, Antígona está bien escrita, y quizá sí conozco y he leído de mujeres reales así, pero ¿sí? Que lastre tan grande pusieron los patriarcas de la literatura en las espaldas de las mujeres. Para ser una mujer magnífica debes sacrificar tu cuerpo, tu sexo, tu vida, ser heroíca y contestataria en nombre de tu familia, seguir tu deseo siempre que tu deseo sea honrar el nombre del padre. Que enorme es Antígona, pero al escribirla ¿no se quedó Sófocles un poco ciego? ¿Cuántos pensamientos estarían hirviendo en la mente de una mujer que se enfrenta al poder? ¿Qué sentimientos encontrados estarían desgarrando el pecho de una joven que camina a su muerte, a esa muerte tan marginal? ¿De verdad solo se arrepentiría al final de no haberse casado, alguien tan apasionado y con una sensibilidad tan enorme ante la injusticia solo lamentaría no volverse propiedad de un varón? A veces pienso que las mujeres amantes de la lectura nos encandilamos mucho tiempo en la imagen y semejanza del ideal trazado por los hombres, nos creímos por un momento que sus límites eran nuestros márgenes, que sus deseos de verdad reflejaban los nuestros, por eso es tan importante que nuestras hijas,  y las niñas en general, crezcan leyendo mujeres, viendo y escuchando obra de mujeres, para que su mundo se desembarace por fin de lo que los hombres piensa que es deseable o loable, pero también para que nosotras, las adultas, podamos reencontrar en la voz de otras nuestra propia voz, resonar nuestras preguntas al vibrar de las suyas, hacer contrapunto con sus emociones expresadas. 


En realidad -dice la cita de Virginia Woolf- la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación” y quizá de esa mujer que no está en los libros, de la que no se atrevieron a escribir para no delatarse, es de la que sí quiero hablar porque muchas veces bajo la furia de la indignación y la tristeza por la indignidad se cocinaron las letras, las canciones, las ideas que terminaron en la sopa de la rebelión, porque mientras los grandes hombres escribían sus grandes libros, la mujer encerrada en su habitación o en la cocina le hablaba a su hija sobre la ira, el deseo y buscaba con ella alguna manera de liberarse. A veces pienso que a los hombres se les olvida que su vida, o su muerte, se puede diluir y sazonar en nuestros guisados, que no le tenemos miedo a la sangre y que la opresión nos ha enseñado a llorar cuando haga falta, que la debilidad la hemos llevado como un arma y que al arrullar a los niños se les puede sembrar la revolución. La vida doméstica tan despreciada e hipócritamente alabada por los varones es un taller para las letras, la conducta y el destino. 


Me encantaría decir que este ensayo va a responder todas las preguntas planteadas en el segundo párrafo, pero no sé siquiera si me importa hacerlo. Me gustaría mucho más decir que voy a hablar de los temas de todas las escritoras contemporáneas del mundo, pero mentiría porque no he leído a la gran mayoría de ellas, ni  es posible hacerlo. No me alcanzaría la vida ni las hojas existentes en el mundo para escribir de ellas, somos muchísimas. ¿De qué mujeres escritoras vamos a hablar en este ensayo entonces? Con toda honestidad y humildad tengo que decir que me interesa hablar de las mujeres que he leído y me ha impactado de una u otra forma su manera de escribir, su pensamiento o sus historias. Eso reduce muchísimo la muestra. Este será forzosamente un ensayo sesgado, imparcial, subjetivo e imperfecto, que se puede ampliar con las lecturas de otrass escritoras, se puede cuestionar, responder, discutir, y obviamente superar. No pretende ser sino un escrito sobre los temas que yo he encontrado recurrentes en la literatura hecha por mujeres y el punto de vista que yo he podido leer en ellos. Mayormente hablaré de mujeres nacidas en el continente americano, algunas canadienses, estadounidenses y sudamericanas, la gran mayoría mexicanas contemporáneas mías y unas cuantas europeas y palestinas.


Comentarios

  1. "Nos creímos por un momento que sus límites eran nuestros márgenes", qué potente frase, qué potente ensayo. Gracias Débora, gracias Bisontas <3

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