Las musas no se quejan



  


 

Crear espacios para la escritura de mujeres es, por un lado, hacer continuación de un largo recorrido realizado a puño y fuego por nuestras ancestras fastidiadas de que la historia sólo tomara en consideración a la mitad de la humanidad, es decir, a los hombres, excluyendo a las mujeres y destinándolas a un sitio fuera de lo público.

 La violencia hermenéutica practicada por los grandes “pensadores”, ha perpetuado la idea de locura y enfermedad de las mujeres.  Recordemos a quienes se atrevieron a decir sin tapujos que la mujer es un animal enfermo, las mujeres no poseen inteligencia o que la mujer es un hombre incompleto.

 Además de ser conceptualizadas como seres inferiores, sin alma y con el único propósito de parir, sumado a la debilidad y pasividad, son características que por muchísimo tiempo se han integrado en las sociedades patriarcales como modelo estándar de cómo debe ser una mujer.

 Desde la creación del patriarcado, el cuerpo de las mujeres ha sido invisibilizado y construido bajo la consigna social de servir, cuidar, agradar a los otros, anulando todo derecho a crear, desear y/o vivir libremente lo cual atraviesa dolorosamente la salud física y mental de las mujeres.

 La manera en la que hemos sido interpretadas se ha enraizado en lo más íntimo de cada una/o, tanto así que suele normalizarse la misoginia y la creencia de que la vida y salud de las mujeres no son prioridad para este sistema profundamente desigual.

 

En algún momento hemos escuchado y en el peor de los casos, vivido historias de extrema violencia hacia las mujeres en sus variadas versiones. Las experiencias de la violencia médica han sido generadoras de múltiples prácticas abusivas que van desde tocamientos por parte del médico, pésimos diagnósticos y hasta la muerte. Cantidad de veces la fórmula mágica recomendada para cualquier dolor o padecimiento se traduce en bajar de peso, dormir bien, cuidar la alimentación, sin hacer otro tipo de exámenes que arrojarían -muchas veces- la verdadera causa subyacente y no sólo hacer señalamientos ridículos de tallas y pesos.

La tradición médica sólo ha tenido en cuenta la anatomía de los cuerpos masculinos tomándolos como norma y lo hallado fuera de este es tomado como “atípico”. Han dejado de lado los sesgos en los estudios de los cuerpos femeninos y masculinos, así como en animales hembras y machos.

Caroline Criado Pérez en su libro La mujer invisible, apunta que no se realizan pruebas de laboratorios tanto para enfermedades como de medicamentos así, “el 90% de pruebas en artículos de farmacología son pruebas sólo para hombres y en 2014, otro estudio reveló que el 22% de los ensayos realizados con animales no especificaban el sexo, y de los que lo hacía, el 80% incluían sólo a sujetos macho” [1].

 

Hay todo un aparato prejuicioso (y capitalista) que sostiene al área médica, realizando tratamientos placebo, haciendo juicios acerca de los cuerpos, de los malestares. Porque estamos de acuerdo en que un dolor de estómago puede significar muchas cosas y las personas no viven el mismo dolor de la misma forma. Por ejemplo, un trastorno gastrointestinal en una mujer puede ser indicador de un infarto o en una niña quizá un cuadro de neumonía. Y no necesariamente -en las mujeres- se trata de un embarazo o ansiedad.  

Sin embargo, con mucha frecuencia las mujeres son enviadas a consulta psiquiátrica o psicológica ya que existe la tendencia a creer que sus síntomas físicos se deben a la alta tendencia a padecer alteraciones psicológicas y lo más espeluznante de todo es que, estas praxis misóginas llevan cada día a niñas y mujeres a la muerte.

 Por supuesto, la ansiedad y la depresión son problemas de salud mental los cuáles hay que valorar y tratar.  Empero no todos los problemas de salud física tienen origen psicológico. Sabemos, existen varias enfermedades orgánicas con sintomatología parecida a un padecimiento psicológico y es justamente por esta razón que los/as médicos tendrían que poner más empeño y escuchar desde otro lugar a las/os sujetos y sus motivos de consulta.

 

La menopausia es otro claro ejemplo de la ausencia de información y la presencia de la misoginia. Por un lado, porque hay escasísima investigación   acerca de los múltiples síntomas que pueden presentarse durante este momento en la vida de las mujeres. Y, por otro lado, la ginecología se enfoca más en los procesos de reproducción o en pseudo-informar sobre la menstruación o métodos anticonceptivos, es decir, se direcciona hacia la población “joven”.

 No está de más mencionar el interés de un sistema desigual que busca la reproducción para “producir” humanos/as que le sirvan de mano de obra, y que son las mujeres quienes criarán este material para el bien de unos cuantos.

 Siguiendo esta idea traigo esta cita fantástica de Gabriela Cerruti que dice: “para el sistema económico somos viejas a los sesenta porque nos jubilamos y dejamos de producir. Para el sistema cultural somos viejas con la menopausia porque nos dejamos de reproducir” [2].  Entonces, lo relacionado a síntomas en mujeres de más edad ¿no forma parte de los programas de estudio ni del interés médico?

Así como tantos otros síntomas que se presentan en las mujeres y ya sea por falta de información o formación médica profesional o por la ética huidiza en estos personajes, las consecuencias suelen ser atroces.     

 

   



[1] Criado, C. La mujer invisible. Barcelona: Seix Barral. 2020. P. 282

[2] Cerruti. G. La revolución de las viejas. Colombia: Planeta. 2020. P. 45

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