DE QUÉ ESCRIBEN LAS MUJERES. 3 Las mujeres escribimos sobre la maternidad



imagen y obra de Laetitia Ky?


No quiero decir que todas escribamos sobre la maternidad, ni que todas tengan qué hacerlo, pero lo hacemos. Y no solo es interesante que las mujeres escribamos sobre ella sino sobre todo desde dónde se presenta cada tipo de maternidad. No tengo claro por qué mientras escribo esto oigo en mi interior un tipo de censura ¿por qué el primer tema que se me vino a la mente de lo que escriben las mujeres fue la maternidad? ¿Es el patriarcado quién me dicta la importancia de este tema, el mandato de pensar en la maternidad como un tema ineludible para todas las mujeres? ¿empezar con este tema me hace menos feminista? Tengo que admitirlo, la voz de mi censor particular me tortura y molesta, pero me gustaría responderle que la MATERNIDAD es el primer tema qué pensé para este ensayo porque es el tema que más me ha agobiado y fascinado desde que empecé a leer mujeres. 


Cuando leí hombres nunca encontré una madre impresionante, nunca leí sobre lo conflictivo que resulta la maternidad, ser madre, tener una madre, ser una hija de una madre fallida, amarodiar a la mujer que te trajo al mundo. Nunca vi tan cuestionada a la madre, a la hija, a la hija que también es madre, hasta que leí mujeres. Siempre he pensado que a los varones les cuesta escribir sobre sus madres, les cuesta verlas sin el manto sagrado del amor maternal, verlas como humanas, y aunque leí varias veces del padre terrible, del padre amoroso, del patriarca fuerte e inflexible, o el patriarca loco, nunca vi a una madre con esa viveza y potencia que encontré en las mujeres. Creo de hecho que a los escritores de los cuentos clásicos les costó tanto escribir a las madres que por eso inventaron a las madrastras, y así transfirieron toda la voracidad, crueldad, envidia y rivalidad a una nueva y recurrente figura en las familias antiguas, otra mujer que siendo esposa no es tan sagrada sino un ser lujurioso, vanidoso y además malvado; todo eso para ellos fue imposible aceptarlo en su propia madre. También encuentro ese tipo de artilugio por ejemplo en Gabriel García Marquéz en la abuela de la desdichada Erendira, la niña no tuvo madre, entonces la madre de la madre la usufructuó y maldijo, pero no su sagradísima madre. Recuerdo también en “Rayuela” de Cortazar una madre totalmente inverosímil, la Maga como madre no tiene sentido ni lógica, nada en su historia con Rocamadeur me pareció creíble cuando revisité la novela ya siendo mamá.


Fue hasta que leí a las escritoras hablar del tema que empecé a no sentirme tan sola maternando, y entonces mis histerias cotidianas no parecieron locuras terribles, y el resentimiento que aún sentía hacia mi propia madre se sintió más acompañado, tanto que comenzó a sanar. También al leerlas comprendí la importancia que tiene una madre en la confección de nuestra personalidad, cuanto de costuras, cortes, y ensamblajes ha sufrido nuestra alma por su voz, sus manos y sus pensamientos. Me sentí identificada como hija, como madre, y como hija que es también una madre. 


Lo que más me ha impresionado de leer mujeres hablando de maternidad es lo bestial, terrible, y conflictivo que se encuentra en ella.  Leer a Lucia Berlin describiendo la dureza, frialdad, indiferencia e incluso indolencia de su madre, no solo me hizo empatizar con ella sino que también me dio las herramientas para hacer lo propio con mi historia de amor/odio hacia mi propia madre. Me parece chocante como en esas enormes historias patriarcales -pensemos en “los hermanos Karamazov”, “Papa Goriot”, o incluso en “el Retrato del Artista Adolescente”- las madres parecen desvanecerse ante la omnipotencia del padre, no son más que meros guiñapos vencidos y nulificados o desaparecidos; y me parece chocante porque en la vida real, en la que uno ve todos los días, cuando el padre es un tirano, un maldito, o todo un ser de amor que echa a perder a los hijos con tanto mimo, siempre hay una madre que contrarrestó, confrontó o se asoció dolosamente a esa conducta. En la vida real y en la madres escritas por mujeres la madres no son ni absolutas víctimas, ni absolutas mártires, ni mucho menos unas perfectas santas, ni siquiera permanecen en el más pulcro silencio. 


Retomando a Lucia Berlin, en “Manual para Mujeres de la limpieza” específicamente en el cuento Silencio cuenta como los celos de su madre al recibir menos correspondencia que ella del padre de Lucia, se manifestaban en maltrato físico injustificado, total indolencia hacía ella que en ese tiempo tenía siete años. La violencia física y verbal era cubierta por un total abandono a la niña de siete años que atravesaba el Paso Texas a deshoras de la noche y que tuve que ser alimentada, peinada y criada por una familia siria durante todo un verano, porque a la madre no le nacía ejercer como su madre. En el libro “Una noche en el paraíso”, en el cuento Andado, un romance gótico cuenta como su alter ego, Laura, perdió la virginidad a los catorce años con un hombre de la edad de su padre, y como el primer intento de suicidio de su madre y su alcoholismo le impidió siquiera decirle lo que le había ocurrido, mucho menos pedirle algún tipo de ayuda; y en el mismo libro en Itinerario narra la anécdota de como su madre que la había llevado al aeropuerto para despedirse de ella que e iría desde Chile a estudiar la universidad en Albuquerque, fingió no verla cuando después de haberla despedido el vuelo se atrasó  por una hora. Todo es contado con viveza pero a la vez de manera ligera, como lo contaría una adolecente, dolorosamente pero de forma casual. 


La madre indolente es retratada sin pudor, aunque no exactamente sin piedad. Me parece interesante resaltar el contraste entre las hijas huérfanas de madre de los cuentos infantiles y las hijas abandonadas de facto en la autoficción de Lucia Berlin. Mientras las primeras, aunque jóvenes en edad ya están perfectamente educadas, tienen una “sensibilidad femenina” bien desarrollada y tanto su educación como sus modales ya son los aprobados por la sociedad patriarcal de la época, tanto que sirven como modelo a las mujeres de la época en las que fueron escritas y en posteridad, las niñas que fueron echadas al mundo por las madres vivas pero indolentes, se comportan salvajemente, cometen pequeñas fechorías, lucen desaliñadas, sucias, poco agraciadas, y son vistas desde su pequeñísima edad como seres poco fiables. Durante años se ha hablado del valor de la “verosimilitud” al escribir. ¿Cómo fue que les pareció verosímil que una niña desarrollara su feminidad -dado que esta es una construcción social-, y se mostrara perfectamente educada y lista para iniciar la vida adulta, sin tener una madre que le guiara y con un padre totalmente ausente? -El padre rey o rico mercader, descrito en los cuentos, está tan ocupado en sus negocios que está totalmente ausente en la formación de su hija-. A mí, a mi subjetivo punto de vista, me parece mil veces más verosímil que una niña a la que no se le presta ningún tipo de atención de parte de sus figuras parentales, luzca como un completo desastre, que la imagen de sí misma sea tan frágil y triste que al llegar a la adultez no sepa como relacionarse de manera sana con algún partenaire, que no pueda tener una vida “virtuosa” sino por el contrario los vicios le acechen, que le cueste mantenerse a flote en la vida. No es verosímil que la ausencia de una figura tan determinante como la madre madre, ya sea causada por la muerte o voluntaria, produzca una mujer fuerte, “femenina” -sea lo que sea que eso signifique-, y funcional. Las niñas no se pueden criar solas. 


En un contexto totalmente diferente, en su primera brutal novela “Casas Vacías”, la escritora mexicana Brenda Navarro describe a la perfección las contradicciones dolorosas que causa el ser madre, lo monstruosas y crueles que nos vuelve, lo irredentas que no sentimos ante los errores que cometemos, y la terrible condena que parece ser a veces la maternidad: Hubo momentos en que quise ser de esas madres que con los pies pesados surcan caminos. Salir a pegar papeletas con el rostro de Daniel, todos los días, todas las horas, con todas las palabras. También, muy pocas veces, quise ser la madre de Nagore, peinarla, darle de desayunar, sonreírle. Pero me quedé suspendida, aletargada, a veces despierta por instinto. Otras muchas veces deseaba ser Amara, la hermana de Fran, y dejarle la responsabilidad de velar por dos vidas ajenas. Ser yo la malnacida, la malvivida, la mal asesinada. No parir. No engendrar, no dar pie a las células que crean la existencia. No ser vida, no ser fuente, no dejar que el mito de la maternidad se prolongara en mí. Truncar las posibilidades de Daniel mientras seguía en mi vientre, encerrar a Nagore hasta que dejara de respirar. Ser la almohada que la ahogaba mientras dormía. Recontraer las contracciones por las que ellos dos nacieron. No parir. (Respira, respira, respira). No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre.

Si bien todo este fragmento está enmarcado por la desaparición del pequeño hijo autista de la protagonista y la obligación de cuidar de su sobrina como si fuera su hija en medio de ese desconcierto y desolación, todo lo que pinta en este párrafo lo he sentido en mayor o menor medida en mi vida como madre. La enorme frustración y decepción que me causa no ser la madre que quisiera y siento que mi hija necesita, un deseo implacable por estar muerta y obtener  así la disculpa por abandonar el trabajo de su crianza, y también un horrible e inconfesable deseo homicida de ahogar a la cría, de no haberla parido jamás, de que deje de existir. Cada una de estas cosas es tan horrible y torturante que casi ninguna de nosotras se atreve a decirlas en voz alta. La maternidad casi siempre es profundamente solitaria, y aunque la sociedad todo el tiempo nos juzga fue tan terrible que nos dio a nosotras mismas la rabia para ser nuestro propio verdugo.

Por otro lado esta parece ser la época de oro de la depresión. En México dos de cada diez mujeres padecen depresión en la gestación o posparto, y la incidencia de la depresión posparto a nivel mundial es del 15%. Suena paradójico y enormemente culpígeno -sí otra vez la bendita culpa-, que algo que supuestamente es una fuente de dicha como el alumbramiento de una criatura más al mundo, resulte un motivo para que una profunda desolación se detone, y a veces instale permanentemente, en nuestra vida. Pienso que muy posiblemente siempre fue así solo que antes a las deprimidas les decían histéricas, que la culpa hacía imposible hablar de esto abiertamente, aunque también creo que la forma de vida de antes permitía que las mujeres tuvieran redes de apoyo más fuertes, en donde las abuelas, tías y hermanas podían sostener la maternidad y acompañarla, pienso  que hace falta un mundo para criar infancias felices y que las madres que criamos en soledad la tenemos un mucho más complicado.

Pienso también en la madre de Lucia Berlin, -en la madre retratada relato tras relato, sí en esa ficcionada, no en la real, a esa jamás pudimos conocerla- como un tipo muy común de maternidad de la que, pienso, poco se ha hablado: una mujer con una pésima educación sexual que ve el amor y el matrimonio como la salida perfecta de la tristeza que vive en su familia, y así mismo habiéndose entregado sin dudas a la fe en el amor romántico, se encuentra embarazada poco tiempo después sin deseo de ser madre, sin entender qué se le demanda al ser madre y con un marido que cree que ella sabe perfectamente qué hacer con ese crío y con el hogar, y que además le exige y espera sin más a que lo haga sin apoyo y en la más completa soledad, porque el amor y la ternura que se supone le tenía dieron paso a la indiferencia, la poca comunicación y comunión, y a largas jornadas sin verla siquiera. Lo pienso porque me recuerda un poco a una historia muy familiar. Pocas veces la literatura me ha resultado tan útil para entender mi vida, mi vida como madre y mi vida como hija, como cuando habla de la maternidad. Aunque la maternidad también puede tener tintes aún más oscuros, más retorcidos, incluso psicóticos, pero de eso hablaremos en otra entrada.






Comentarios

Entradas más populares de este blog

ADOLESCENCIA, la serie desde los ojos de una psicoanalista y mamá

Amante

Enterrada