Vestido blanco

Habré leído la novela Bella y oscura de Rosa Montero en el año 2005. Tuve la fortuna de ser una adolescenta que pudo vagar sola por la ciudad sin tanto peligro como el que existe ahora. Me gustaba caminar en círculos viciosos por las calles del centro. Una de mis paradas era la librería de Sanborns. 

En ese entonces relacionaba lo íntimo con la escritura de mujeres. Y con “íntimo” me refería a lo profundo y misterioso, como encontrar una puerta secreta en la habitación más oscura de una casa. 

En la portada del libro de Rosa Montero aparece una niña disfrazada de ángel, tal vez para la representación de una pastorela. Su vestuario se encuentra algo desajustado, como si hubiera estado jugando justo antes de que le tomaran la foto. Ella no sonríe, sus ojos son grandes y negros. Más que inocencia se aprecia un rostro sabio y rebelde. 

Además de la imagen, me llamó la atención el título del libro. ¿Qué mujer no define su infancia como bella y oscura? Yo quise leer la novela porque quería leer mi propia infancia. 

Había algo más que me atrapó: el vestido blanco.


Cuando era niña mi madre me llevaba a ver los juguetes antes del Día de Reyes. Un día, fuimos a los puestos de fayuca que había en los portales. En esa ocasión, vi una muñeca de vestido blanco vaporoso, con tela de encaje, un atuendo de primera comunión o confirmación. Era rubia y de plástico. Sus ojos azules se cerraban cuando la acostaba.

¿Te gusta?, me preguntó mi madre. Yo asentí. Después hizo señas a la vendedora para dejarla apartada, o eso supongo, y después nos fuimos. 

No recuerdo haberle puesto un nombre. Con ella jugué a los viajes en tren. Más que viajes eran huidas, una necesidad impetuosa por alejarme del mundo conocido para encontrar otros distantes y enigmáticos donde nadie supiera de mí. Yo quería perseguir el lugar muy muy lejano de los cuentos. El juego consistía en la búsqueda de la soledad y el anonimato, la necesidad de vivir otra vida a la mía. La muñeca no era mi hija, pero sí la protegía mientras yo, la niña adulta, salía con ella en secreto de la ciudad. Creo que al darle amor a ella aprendí a darme amor a mí misma. 

No sé qué habrá ocurrido con la muñeca. 

Cuando me volví voladora en mis sueños, aparecía vestida de un vaporoso vestido blanco. Más tarde, mi  necesidad de plena libertad me llevó a transformar mi cuerpo en aire. Los vestidos blancos nunca los relacioné con aspectos religiosos, más bien con lo etéreo, el vuelo y la libertad, pero también con el combate y la lucha. Un sueño recurrente era la pelea cuerpo a cuerpo con seres malévolos, casualmente una espada de cristal aparecía de la nada en mi puño. Yo salía triunfante en estas batallas. El vestido blanco es un tema y motivo en lo que escribo. Si fabricara una baraja de Tarot, necesariamente una carta lo representaría.

La niña protagonista de Bella y oscura llega, precisamente, en tren a una población desconocida. ¿De dónde viene? De un orfanato. Es huérfana de madre. Ha de ir a vivir a lo que será su nuevo hogar, el paterno, en un barrio de mala muerte. El sentimiento de abandono es constante en toda la historia. Su pasado es turbio y nublado, no recuerda más allá que imágenes inconexas. El traslado ha reseteado su memoria, ahora se da la tarea de descubrir su pasado, ese que nadie le cuenta. Su nuevo mundo no es más halagüeño que el anterior, es como haber viajado de una soledad a otra.

Hay una etapa precisa en la infancia de muchas mujeres donde descubrimos la violencia que nos rodea. De un momento a otro, nos vislumbramos indefensas ante lo inminente. La vida nos expulsa del lugar seguro, nos da una bienvenida siniestra cuando una mano, no la nuestra, transgrede nuestro pequeño cuerpo. Tratamos de descifrar el mundo desconocido que nos tocó aterrizar. Con miedo y valentía llevamos una lucha interna con la existencia, donde defendemos nuestra dignidad. Todo esto ocurre en la novela, todo esto me pasó a mí.

Creo que en el encuentro de universos imaginarios individuales vamos tejiendo y reinventando nuestra historia colectiva. Pienso en lo “bello y oscuro” que es identificar/crear los símbolos de nuestra mitología personal, escribir sobre ellos, seguir construyendo sus significados, compartirlos con las otras.

¿Con qué equipaje alegórico entendemos/emprendemos nuestra vida? ¿Cuántas memorias de trenes y viajes, de vestidos blancos, de soledades y rebeldías en la niñez podemos contar? 



-Yuri Bautista



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