Esta fría mañana.



Sentada sobre un banco en el balcón, mirando los pies y con las manos recargadas en el asiento. En la mano derecha un cigarro recién encendido. De reojo se puede ver el humo subiendo y dibujando cabelleras rizadas al llegar al punto más alto y antes de disiparse en hilitos grises y blancos. Frente a sí una taza llena de líquido caliente, muy caliente. Es café. El vapor se mezcla de vez en cuando con el humo del cigarro y la luz del sol se refleja en él como si fuera una pantalla etérea. Llevar el cigarro a los labios, apretarlo y chupar como si fuera leche, sacar el cigarro de los labios, respirar el humo… llega al pecho, a la espalda, sentir pedacitos de mocos que obstruyen solo un poco las vías respiratorias y truenan, suenan adentro de la cabeza. Soplar y al principio sentir a esos pequeños soldados protectores, limpiadores, salir por la garganta y desaparecer sin toser. Como si fuera costumbre. Soplar el humo en una dirección tal que vuelva a construir pantallas etéreas, cabelleras rizadas, hilos grises, blancos, brillantes. Toser porque el cuerpo se limpia a sí mismo.

Mirar con atención cómo flotan sensualmente diminutas motas de polvo dibujando recorridos espirales, suaves, sinuosos, ligeros, contenidos, continuos, incontrolables, imposibles de rastrear. Destellos de colores en medio de pantallas iluminadas por el poderosísimo sol.

Hay que regar las plantas.

Un trago de café. En cuanto el líquido toca los labios se puede notar que está ardiendo, pero ese dolor no es suficiente para detener el flujo de la fuerza natural del primer trago de café del día. El paladar arde (seguramente esto es lo que sienten las almejas cuando les echan limón) la lengua arde, arden las heridas que han abierto las numerosas enchiladas mortales en la lengua. Arde. Arde la garganta y se siente el trago bajando hacia el estómago dejando un camino de calor, calor indoloro y puro, calor de cafecito. Abrir la boca pronto y mucho para que entre aire frío y que el paladar y la lengua se separen y no se derritan el uno en la otra, que salga el vapor de la boca creando pantallitas momentáneas en las que eventualmente brillen motitas de colores en una coreografía lentísima. Como esta fría mañana.




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