Alora


El trayecto fue largo y peligroso, pero valió la pena. Encontré una nave destartalada en mi planeta invadido de basura. Le metí mano al cacharro hasta hacerlo funcionar y la trepé sin voltear atrás para atravesar el universo.

El aterrizaje en Alora fue forzoso. No quedó nada de mi transporte, pero me encontré experimentando por vez primera la felicidad. Puedo vivir sin volver a ver el mundo que me parió, pensé, y monté un refugio esperando la llegada de las alorianas.

Desde niña recopilé información sobre Alora. Siempre escuché historias contar que, sólo pisar sus suelos, entras a un mundo de ensueño por su naturaleza de fantasía, un oasis perdido entre la áspera extinción de la vida. No obstante, las evidencias de este planeta son confusas. Hay quienes piensan que su existencia es puro invento, leyendas pasando de generación en generación, de galaxia en galaxia. Durante toda mi vida lancé señales hacia sus posibles ubicaciones. Una singular mañana recibí respuesta en un lenguaje extraño, pero al mismo tiempo familiar. 

El mensaje de audio recibido estaba articulado por signos lingüísticos semejantes a la risa y la carcajada. El remitente lo tuve claro desde el primer momento por estar traducido a mi lengua, así como las coordenadas precisas del planeta. Por supuesto, desconfié, podría ser un anzuelo para asesinarme o una broma de mal gusto, pero para entonces ya era bastante vieja y me dije: si de todas formas estoy cerca del final, realizar este viaje será la mejor manera de abrazar la muerte.

Cuando mis reservas alimenticias estaban por acabarse, vi llegar a un grupo de alorianas con canastas repletas de frutos jugosos. Desde mi llegada encontré posibles alimentos, pero quise evitar envenenarme. Sus voces eran extravagantes y cantarinas, mismas que se unificaban con el ambiente igualmente extravagante y cantarino. Escucharlas fue escuchar el todo de su planeta. 

Fueron amistosas desde el primer momento, pero a causa de mi naturaleza huraña me mantuve a varios pasos de distancia. Soy tan parecida a ellas y al mismo tiempo tan diferente, pensé. Desde el primer segundo me trataron como a una más. En su lengua no existe el pasado ni el futuro, tampoco los pronombres yo, ellas ni , sólo existe el nosotras. Incluso a la vista es complicado dirigir la mirada a una sola, porque juntas forman un gran todo.

Alora es embriagante, su calma abduce. Es posible escuchar el tintineo de aves lejanas o el murmurar de los arbustos. Las alorianas tienen una agilidad imprevista, juntas trepan a los altos árboles con la desenvoltura de las serpientes. Las observé con atención tratando de identificar el mecanismo de su corporalidad increíblemente elástica, fuerte y ágil. Son como una parvada que se mece a capricho en el cielo. Gozan de su realidad, no muestran preocupación alguna, quizá por la inexistencia de depredadores. 

Fuimos a la orilla de un lago cuya extensión es imposible de definir. Entraron a nadar dando piruetas de delfín y hablaban más fuerte; otras, echadas, respiraban al mismo tiempo que el pasto. Me quedé viendo cómo la hierba se expandía, brillante, al interior del bosque. Parecía contarme sus secretos y me mostró caminos misteriosos. Sin darme cuenta, mi andar ya había recorrido un largo tramo. Voltee, a lo lejos las alorianas jugaban en el lago mientras otras seguían descansando. Las vi apenas y a grandes rasgos porque mis pasos ya estaban lejos de ellas. Sin saber cómo, me seguía introduciendo a la selva densa. Estaba hipnotizada por tanta belleza en mi aventura expansiva. La plenitud que experimenté fue igual que una adicción. 

***

Hace tiempo que dejé de escuchar las voces risueñas de las alorianas. La espesura me acogió bajo su manto de niebla. En mi planeta no hay agua, no obstante, pude nadar al momento de sumergirme en los estanques. ¿Quién soy ahora?, me pregunté y vi mi sombra en el reflejo del agua. 

Igual que las alorianas, los árboles se mueven como si fueran una sola presencia. Cuando uno es soplado por el viento, los demás lo imitan. Las flores abren sus corolas, emiten risas semejantes a la lengua de las alorianas; finalmente, son hermanas del mismo ecosistema. Cada elemento está vivo y juntos forman a Alora, mi gran amiga Alora. 

¿Qué es este lugar? Yo también quiero habitar en todas partes.

La voz del planeta musita, pero está dormida. Como aquella que tiene sueños lúcidos, mueve los labios y las pupilas cubiertas de delicado párpado. Yo siento que sólo habla para mí y esa es la causa de la somnolencia en la que permanezco.

—Dime, Alora, ¿cuál es tu dolor?

Ella no dijo nada. Entonces proseguí:

—Escondes en tu corazón la vulnerabilidad absoluta. Sabes que la muerte te ronda y por eso te has escondido en este mundo cuyas coordenadas son prácticamente imposibles de encontrar.

Su frondosidad dio un respiro; yo la imité para tener el valor de preguntar:

—Dime, Alora, ¿por qué me trajiste a tu hogar?

Me recuesto sobre la hierba, siento cada gota de lluvia caer sobre mí. Junto a las flores, mi voz gime eufórica en lengua aloriana y soy parte de su vaivén. Un viento canta un arrullo envolvente. De la tierra salen raíces, me dan el abrazo que nunca tuve. Amortajada de vegetación, veo el cielo, son los ojos de Alora mirándome. Ella me ha elegido como uno de sus sueños, por eso me engulle, para alimentarse y continuar con vida.


-Yuri Bautista



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