¿Qué edad tienes?: El horror a los cuerpos envejecidos.
Que consternante puede ser ver como la vida va consumiendo los cuerpos a través de los años. Es consternante y doloroso ver cómo los cuerpos de nuestros cercanos se van desdibujando en una sociedad que no está dispuesta a aceptar la vejez.
Me detengo por un momento y miro las piernas delgadísimas de mi madre, unos huesos apenas cubiertos por una fina capa de piel que se tambalean frágiles a cada paso, sus manos pequeñas rascando ansiosas su cabeza ahora sin cabello mientras mira por la ventana un mundo al que parece ya no pertenecer.
Y es que ese mundo en el que habita mi madre, en el que habitamos tú y yo, nos enseña a temer y sentir horror por la vejez, especialmente si somos mujeres. No es casualidad que, en la cultura popular, las ancianas sean representadas como las monstruas o las villanas en la historia; la vejez es sinónimo de monstruosidad.
Los arquetipos de la vejez en los cuentos infantiles nos muestran, por ejemplo, que las brujas son aquellas ancianas que envidian la juventud de las virginales doncellas, asociando a las mujeres mayores con la maldad, la locura y reforzando el miedo a la pérdida de la belleza hegemónica.
En algunos filmes se utiliza el cuerpo deteriorado de la mujer para intensificar la atmósfera de terror, como en “The Visit”, de M. Night Shyamalan, o en “Barbarian”, de Zach Cregger, donde el monstruo es una mujer envejecida y deforme por el abuso al que fue sometida durante años.
A estos arquetipos, la sociedad se ha encargado de transformarlos en estereotipos, haciendo que la vejez se asocie con enfermedad, fealdad, dependencia y aislamiento. Pareciera que la única mujer mayor válida es la abuela entrañable, esa mujer que sigue siendo cuidadora, que cocina delicioso para sus nietos, que continúa sirviendo a su familia y que, por supuesto, es asexual.
Durante la vejez femenina, la sexualidad es totalmente invisibilizada y anulada; por el contrario, en el caso de los varones se los percibe como experimentados y seductores. En su ensayo “The Double Standard of Aging” (1972), Susan Sontag menciona que, para la mayoría de las mujeres, “envejecer es un proceso humillante de descalificación sexual”. Cultural y socialmente, se asocia la sexualidad a la juventud; el erotismo se vincula con una piel tersa, sin arrugas ni manchas, y las mujeres mayores parecen generar repulsión al pensar en cuestiones sexuales.
Durante siglos se ha relacionado la sexualidad femenina exclusivamente con la reproducción y, cuando una mujer llega a la menopausia, la sociedad la percibe como si la finalidad de su vida sexual hubiera terminado. Se olvida por completo el placer, sometiéndola a “servir” siempre para algo; el placer se le niega a la mujer y, aún más, a aquellas que ya no pueden ser madres.
Las arrugas, el pelo canoso, las manos con manchas y el cuerpo sin tonificar son algunas de las señales del envejecimiento natural. Sin embargo, cuando se trata del cuerpo femenino, estas características se convierten en el gancho que el capitalismo necesita para vender.
En la mayoría de las sociedades urbanas se honra la juventud y, para evitar la humillación, las mujeres mayores se someten al juego consumista de la industria cosmética y farmacéutica. No importa el dolor y el riesgo a los que se exponen nuestros cuerpos, siempre y cuando sigamos participando en ese ritual de comprar más, consumir más y desechar más. “The Substance”, de la directora Coralie Fargeat, retrata de forma extraordinaria, grotesca y satírica cómo la sociedad capitalista condena a las mujeres a someterse a dolorosos procesos físicos y psicológicos para seguir siendo validadas.
Nuestras experiencias corporales, como la menstruación, el embarazo o, en este caso, el envejecimiento, han sido durante años politizadas y controladas, no solo por el capitalismo sino también por el patriarcado. Este último ha impuesto una visión de la vejez femenina en la que se invisibiliza a las mujeres de edad avanzada, las medica y se les resta valor a sus cuerpos.
Mientras que a los hombres se les admira por su experiencia y sabiduría, las mujeres son valoradas principalmente por su juventud, lo que provoca que, con el paso del tiempo, sean relegadas del ámbito laboral, de los medios de comunicación y de la cultura en general. En su ensayo “La vejez” (1970), Simone de Beauvoir señala cómo las mujeres mayores son condenadas a la inutilidad: “La mujer no es sino lo que el hombre decide que sea; así, la anciana está condenada a ser lo que la sociedad ha dispuesto para ella: un ser relegado, un desecho.”
El cuerpo femenino se trata como enfermo en sus diferentes etapas. Cuando se menstrúa, se habla de la “impureza menstrual” o de “un semen deficiente”, como mencionaba Tomás de Aquino; la menstruación se percibe como algo repulsivo, una metáfora del supuesto fracaso de no ser madre. Cuando llega la menopausia, otro proceso natural en la vida de las mujeres, el patriarcado lo señala como una enfermedad o un problema que necesita ser medicado.
Mientras que la masculinidad se fortalece con la edad, la sociedad patriarcal ha impuesto una visión de la vejez femenina como algo negativo, algo vergonzoso, lo que implica problemas en la autoestima, la salud mental, la economía y la sexualidad de las mujeres. Es aquí donde cobra gran importancia la representación de las mujeres mayores en la sociedad, la cultura y los medios, reivindicando la vejez como una etapa más en la vida de las mujeres.
La artista franco-estadounidense Louise Bourgeois (1911-2010) es un ejemplo de una mujer que resistió la invisibilización de las mujeres en la vejez, creando obra prácticamente hasta su muerte a los 98 años. Bourgeois recibió reconocimiento internacional hasta los 70 años, gracias a una retrospectiva de su trabajo realizada por el MoMA de Nueva York en 1982. En sus últimos años, su obra se concentró en hablar de la memoria, la transformación del cuerpo y el paso del tiempo.
Por su parte, Carmen Herrera (1915-2022) fue una artista cubano-estadounidense que desarrolló su obra dentro de la pintura minimalista y geométrica. Comenzó su carrera artística en los años 40, pero fue ignorada durante muchos años debido al machismo en el medio del arte y a la falta de representación de artistas latinas. No fue hasta que alcanzó los 89 años que vendió su primer cuadro, y su primera retrospectiva llegó en 2016 en el Whitney Museum de Nueva York, cuando tenía 101 años. Desafiando la narrativa que asocia la vejez con el declive, Carmen Herrera continuó pintando en su avanzada edad.
Sin embargo, es justo reconocer que visualizar la vejez como una etapa de creación, plenitud y libertad puede ser una visión cargada de privilegio. En México, según un informe de Coneval de 2020, apenas el 25% de las mujeres mayores de 65 años reciben una pensión, en comparación con el 40% de los hombres en el mismo rango de edad. Entonces, ¿cómo hablar de plenitud y libertad cuando no se tiene seguridad económica?, cuando tantas mujeres que dedicaron su vida al cuidado de su familia siguen, en la vejez, dependiendo de alguien más para subsistir. ¿Qué nos queda a las mujeres más jóvenes? Nos queda ser empáticas, comprensivas, pacientes y amorosas con nuestras mujeres mayores, y también preguntarnos cuál será el camino que nosotras recorreremos si llegamos a la vejez.
Al menos, así intento mirar la vida: con gratitud hacia quienes abrieron camino y con la esperanza de envejecer sin miedo.



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