Reflexiones sobre MI BOCA CANTA UNA NUBE
MI BOCA CANTA UNA NUBE es el título de la primera novela publicada de la escritora michoacana Yuri Bautista, en la que, con una estructura temporal no lineal entreteje la autoficción con el ensayo, erige el cuerpo como el gran protagonista de la escritura.
Decir que esta novela erige el cuerpo cuando inicia diciendo Mi cama alfombra voladora le parecerá a la lectora algo extraño. ¿Cómo que erige el cuerpo si contínuamente en la narración el cuerpo aparece acostado, postrado, dolido, en riesgo, incluso roto? Una de las cosas que más me gustaron de leer este libro es la subversión simbólica contínua a los objetos cotidianos, entre ellos la cama. “Caer en cama”, “estar postrado en cama”, “no poderse levantar de la cama”, cada una de esas frases tiene una connotación negativa, quizá porque no se puede ser productivo desde la cama y eso para el sistema capitalista de explotación que vivimos es inaceptable; tal vez también porque, si quién se escribe desde la cama es una mujer, ante la imagen tradicional y misógina de lo que es y debe ser una mujer, esta sería descalificada como una mujer no funcional. Y ambas cosas, una vez que una entiende que no le debe ni explicaciones ni satisfacción al capitalismo o al patriarcado, están muy bien. Está muy bien ser inaceptable a un sistema que le roba todo el gozo a la creación y la reduce a un mero producto que debe ser redituable, y aún más está bien no ser funciona al reclamo de servicio continuo, de disponibilidad contínua, de falsa alegría contínua que exige el patriarcado de nosotras a costa de nuestra propia salud. Sin embargo la cama que se presenta en esta novela no es un lugar de rendición, tampoco el agujero en el que la protagonista se hunde sin remedio en su mal y tristeza, sino que es un espacio en donde el cuerpo lastimado se reconstruye aguerridamente, donde se re-escribe y re-significa arduamente, y donde recupera su poder erótico para el propio usufructo violentamente.
Sí, violentamente. Violentamente, otro adverbio cuestionable cuando se habla de una mujer. Si se trata de un varón, usar la cama como analogía a un campo de batalla, incluso un sangriento campo de batalla, es un metáfora permitida incluso agradable, si es una mujer quién atrae hombres en serie, -de los que no importa su nombre y casi nunca tampoco su rostro-, para tener sexo con ellos repitiendo un ritual peligroso pero a la vez calculado y exacto, confirmando su autocontrol y su dominio sobre su cuerpo y su sexualidad, seguramente se trata de ninfomanía. Sin embargo cuando se han sufrido abusos sexuales en la infancia y en la edad adulta, cuando el cuerpo propio ha sido tomado para el gozo del otro, violentamente quitándole la movilidad, la seguridad, destruyendo la autopercepción, ¿de qué otra manera se puede recuperar sino igualando o superando la violencia? La violencia de una mujer ¿no es una potencia negada por el miedo que se tiene a su poder? Si bien es cierto que nuestra fortaleza física no es tan grande, que la protagonista se describe a sí misma como débil y con un cuerpo pequeño, también es cierto que si podemos gestar y parir podemos mucho más que todos los hombres, el desgaste físico, el esfuerzo que se requiere de nosotras en la reproducción es enorme, denota nuestra fortaleza, nuestra resistencia y todo eso puede ser usado como combustible de nuestra furia.
“No quiero mi deseo desaparezca, quiero que mi deseo no me devore”. “El deseo es una llama eterna, puede quemar, pero también es un pulso de vida”. dice la protagonista.
Sabina Spielrein, al liberarse de su relación enfermiza con el misógino de Carl Jung, habló con Freud sobre algo que ella describió como la pulsión de muerte, al señor le encantó el término y desarrolló un concepto que la oponía a la pulsión de vida del lado de la cuál él cargaba a la sexualidad, pasando el tiempo se dio cuenta que tal diferenciación era inútil, lo única pulsión existente es la de muerte, el deseo indomable del sujeto por el Nirvana, por destruirse y descansar. El señor Lacan siguió con este concepto pero llegando a entender que la pulsión de muerte no solo busca la destrucción sino también es el principio activo de la creación. De modo que, esta búsqueda de autocontrol en la sexualidad, la agresividad como actitud recurrente ante el mundo hostil, y la insistencia del cuerpo en dejarse caer, se convirtieron en el macma explosivo que causó el nacimiento del volcán=escritura de la protagonista
…”Yo no quería apagarme, necesitaba colocar ese fuego en algún lugar de mí misma donde no me consumiera y dejara en los huesos, sino que me llenara de vida… entonces mi palabra ardió”
Quizá avivó ese fuego la fragua de la maternidad. No lo sé, quizá solo agravó el sofoco. Lo que sí encontré fue la preciosidad angustiante de una madre que aterrorizada, exhausta, enferma y con un gran deseo hace todo lo posible por ser la mejor madre que puede. Sale a pasear en carro con su cría aunque tiene agorafobia, juega con ella sintiendo el cuerpo quebrantado, la defiende escoba en mano incluso de sus propios padres:
“De repente, Alba se asoma por la puerta… Necesita cercanía, la certeza de ser amada y seguir en un lugar seguro… La abrazo, le digo que es mi persona favorita porque es verdad y luego sale del baño a seguir construyendo sus propias fantasías”
Este pasaje me parece una joya, una protagonista que en plena lucha decide ser mejor que su circunstancia y dar un amor que sirva de base a la creación de su propia hija, que ella no alimente su arte con oscuridad, abandono y abuso como su madre, sino que la confianza y la afirmación sean su plataforma.
Hay un aspecto más, de los muchos interesantes en la novela, del que quiero escribir antes de terminar. Los violadores se perciben así mismos como seres poderosos, grandes, capaces de transgredir el cuerpo de otro reduciéndolo a mero objeto desechable. En la ensoñación poderosa que resulta “la nube rosa”, la protagonista derrama su venganza. El violador se encuentra diminuto en la taza del baño, y ella gigante orina sobre él una lluvia ácida que lo quema y disuelve. Esa vulva transgredida crece, es más grande que el horror vivido y su violencia, no es una víctima, es un ser poderoso capaz de destruir hasta el último residuo del violador. Pensar en el orín como un arma de destrucción, en eso tan despreciado como algo justiciero, me parece bellísimo. Cómo quisiera orinar sobre cada macho que me ha agredido, escucharlo gritar mientras vacío mi vejiga. Gracias Yuri Bautista por regalarme esa imagen, gracias por tu hermosa novela.
“Mi clítoris se esponja, se contrae, abre y cierra su carnosidad: es mi cuerpo deseando parir universos… Soy hoguera cuando escribo. Soy calma y mujer de ceniza.”

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