No soy una mujer extraordinaria
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ilustración de Erika Kuhn (tomado de la red) |
Me toca escribir para Bisontas y no sé qué escribir. No sé quién lee, no sé para quién escribo. Al menos creo que lo hago para otra mujer. ¿Qué quiero que sepa esa mujer de mí?
No soy una mujer extraordinaria. ¿Tiene algún sentido decir eso? Creo que sí. Durante décadas he escuchado que si una mujer logra algo es una mujer extraordinaria. No una ama de casa, no alguien que tiene sobrepeso, porque una mujer extraordinaria es guapísima o en su defecto tiene un cerebro de toneladas. Si tiene ambos, wow, el mundo estará a sus pies. Desgraciadamente eso no es cierto. No conozco a nadie actualmente, a ninguna mujer que tenga el mundo a sus pies. Si pienso en las mujeres más “poderosas” del mundo como en la presidenta de mi país, u otras mujeres con cargos políticos, no veo mujeres con el mundo a sus pies, veo a mujeres tensamente erguidas a fuerzas, forzándose ellas mismas a no bajar la cabeza ni un milímetro, porque si lo hacen los perros del poder se les echarán encima y las despedazarán. Obligadas a negociar con la brutalidad, a mantenerse enteras sin aliados reales, a sonreír y sostener modales impuestos, porque si suben un decibel su tono de voz son una putas represoras, y si lo bajan son unas presirvientas títeres. Las veo tratar de ser gráciles en un baile organizado por cerdos, bailando en el perímetro de un centímetro cuadrado, en el que todo el tiempo les pisan los pies, les tiran los tragos encima, intentan manosearlas y a la vez las esperan virginales e incorruptibles. Espero, con toda el alma espero, que traigan una daga escondida, que hayan envenenado todos los tragos, que tengan un chofer leal (ojalá una chofer mujer), esperando una señal suya para huir y no volver.
Este no es un buen momento para ser mujer. No sé si alguna vez lo ha sido. Aunque quizá sea el mejor momento posible. El mundo está cerrando cercos de misoginia a nuestro alrededor. Lo que hemos logrado como género, al ejército de cerdos le parece ofensivo e intolerable. Incluso lo meramente simbólico. (Espero que me perdonen los cerdos reales por semejante comparación). Los violadores y pedófilos se han hecho del poder, lo ejercen de la manera más denigrante posible, su brutalidad ni siquiera sabe fingir interés en la diplomacia, sin embargo no logra dejar de ser hipócrita. La esperanza está muriendo de hambre, sus huesos están expuestos, cuando caigan a tierra serán molidos por aplanadoras. ¡Qué tiempo más vergonzoso nos ha tocado vivir!
Como decía no soy una mujer extraordinaria, creo que no quiero serlo. Quiero ser la que cría a mi hija en medio de la barbarie, que pide porque cada hambriento tenga pan aunque no hay esperanzas para ello y que ruega por que cada mujer que pasa a su lado no desaparezca jamás, soy la que espera una llamada de sus analizantes después de la consulta para saber que llegaron bien a casa, soy la que no soporta ver las noticias pero las busca, incluso si es leer puro dolor.
No soy una mujer extraordinaria, peleo con mi cuerpo incluso cuando intento amarlo, me debato entre perdonarlo y pedirle perdón. Quizá sea momento de por fin bautizar a mi cuerpo “cuerpa”, porque nunca me ha traicionado, me sigue siendo fiel a pesar del maltrato, pero ha aprendido a poner límites, a ponerme límites, sin limitarse. Es más, creo que mi cuerpa está quemando sus últimos límites. Se ve bellísima aunque yo no la veo ni siquiera aceptable, se sabe infinita cuando yo no soporto mis sofocos, creó a mi hija y no acepta que yo no sepa qué escribir. Ella, mi cuerpa me levanta y obliga a comer y hacer ejercicio, a buscar el placer con amor y no con culpa, desea tanto y no acepta ya lo mínimo. Exige ser mimada, abrazada, sostenida. Nunca había hablado tan fuerte en mi vida, ni me había hecho emboscadas, me ha dado un ultimátum: o la amo o su ardor me destruirá.
Mi escritura oscila entre el mundo que me asquea y mi cuerpa que me arroja. No soy una mujer extraordinaria y qué bueno porque sin pedestal o poder vulnerable ante los cerdos, puedo crear y crecer. No puedo transformar el mundo, me siento impotente ante tanta inmundicia, soy una voz absorbida en el abismo, pero grito junto con otras y otros. Me despojo de las etiquetas que el colonialismo, el capitalismo, el patriarcado y una religión misógina e imperialista -que nada tiene qué ver con mi fe- colgó sobre mí. Es como pelarme, arrancar capa tras capa de lo que no soy para renombrarme desde la verdad que voy descubriendo. ¿Qué quedará al final? Da miedo pensar qué tanto de eso que me colgaron encima terminé siendo. Lo que me da esperanza es que no estoy hecha de una vez para siempre, puedo rehacerme, reconstruírme, devenir. Si algo ha logrado en mí la maternidad, mi maternidad, es cuestionar todo lo que pensé inamovible. Mi hija entró a mi mundo como un bólido celestial. Ha incendiado todo, y aún no ha dejado de arder.
Sé que voy de un tema a otro pero pienso que de eso se trata este escrito, invitar a alguien, a quién sea que me lea, a vagar en mi cabeza conmigo, quizá sin saberlo resulte que tenemos más o menos la misma geografía mental.
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